sábado, 15 de noviembre de 2014

Los 500 de Asís. De Santiago a Ciudad Rodrigo. Capítulo 5.

24 de agosto. Día 5. Mesão Frio - Gouviaães.

"Decíamos ayer" que me había ganado y conseguido "in extremis" una habitación (en realidad una pequeña casa entera para mí). E igualmente "decíamos ayer" desmoralizado, cansado y lesionado que no sabía qué iba a pasar al día siguiente, si seguiría o abandonaría. Ufff, me cuesta levantarme, pero he decidido seguir, a ver qué pasa y cómo evoluciona la lesión del tibial y la hinchazón del tobillo. Eso sí, sin prisas, así que antes de salir de casa paso un buen rato de cuidados: reparando las ampollas (tengo varias en el pie izquierdo, pero salvo una en el talón, tampoco muy graves) y embadurnándome de crema el tobillo derecho.

El tobillo hinchado, enrojecido y brillante de la crema antiinflamatoria al inicio del día.

Además después de desayunar en la pastelería donde había "medio cenado" la noche anterior pido unos hielos que coloco en una bolsita en el tobillo sujeta con el calcetín y que iré renovando en las sucesivas paradas a lo largo del día, no sé si servirán para algo, pero bueno.

Comienzo junto al pelourinho de Mesao Frio.
Me pongo en marcha ya algo tarde, pero como digo tampoco voy a ir con prisas, se trata de probar si puedo continuar. De momento el recorrido es por una carretera a media ladera entre viñedos aterrazados, todo lo que alcanza la vista, a ambos lados del río Duero, son "quintas" y pequeños pueblos rodeados de viñedos. De aquí es de donde sale el vino de Oporto. 


También muchas carreteras y caminos a distintas alturas que suben, bajan y se entrecruzan, lo que, nada más salir de Mesão Frio me lleva a estar un rato dando vueltas adelante y atrás mirando el GPS por un lado y las flechas por otro. Las laderas del valle son muy empinadas, aunque por una vez "mi" camino apenas tiene desnivel, lo cual se agradece, eso sí, al ir casi todo el rato a media altura hay que dar muchas curvas y rodeos para ir salvando las numerosas vaguadas que caen hacia el Duero, pero para que no me olvide de dónde estoy alguna hay que se cruza a base de un brusco baja y sube.

Mas adelante se inicia la bajada hacia el río, hacia Peso da Regua , de momento de forma continua pero suave y cómoda. Voy caminando con un cansino "ritmo peregrino" y me pasa un corredor. ¡Ay!, me comen las ganas y una insana envidia, que será en cierto modo aplacada cuando poco después se dé la vuelta y sea el momento en que le toca subir, jeje. Con tales precauciones, ni siquiera he hecho amago de correr en ese terreno favorable. El tobillo, aunque hinchado, no me molesta mucho. Eso sí, cuando ya se alcanza a ver Peso da Regua desde las alturas, lo que normalmente habría sido una preciosa vista, para mí se convierte en una bajada a los infiernos, me espera otro terrible descenso hasta el río. 


Desde allí arriba se ven ya los barcos turísticos, los pequeños que dan una vuelta por las proximidades y sobre todo los impresionantes barcos, para ser un río, que hacen la travesía de varios días o bien desde el propio Peso de Régua o bien desde el muelle de Vega Terrón en España hasta Oporto. Por un momento se me pasa por la cabeza que lo que tenía que hacer era coger uno de esos barcos, o bien el tren que va paralelo al río y que también hace un interesante trayecto turístico y venirme para casa vía Vega Terrón y Lumbrales, jajaja. Pero primero tengo que llegar hasta allí abajo, serán unos 200 metros de descenso en kilómetro y medio.

Una vez en Peso da Regua, mi camino discurre por un tranquilo paseo junto al río con gente paseando, pescando o sencillamente tomando el sol, o la sombra, porque allí abajo calienta con gusto. Es mediodía, he hecho 16´4 km en cuatro horas y veinte, que no es que sea un récord precisamente, pero toca refrescarse y comer algo, tampoco es que tenga mucha hambre, la comida será un trozo de pizza, eso sí, imprescindibles un par de Super Bock.


Tras una larga parada continúo, está animado el paseo junto al río y eso que hace mucho calor, estoy en el fondo del valle y es mediodía. Tras cruzar el río toca remontar de nuevo para ganar la ladera contraria, de momento de forma suave y luego muy bruscamente para alcanzar una plantación de viñedos entre los que va a discurrir el camino durante un buen tramo haciendo surgir la duda ya que parece un camino de la propia "quinta" más que un camino público, desde luego te ves integrado en el paisaje que te rodea. Aparentemente y sobre el mapa parece un rodeo un tanto absurdo, pero quizás sea por pasar por el puente sobre el río Varosa en un paraje de cortados rocosos, agreste y ciertamente llamativo. Toca volver a remontar entre viñas y olivos, de momento, para salir de ese valle encajonado (de hecho hay una presa un poco más arriba) y más adelante, tras pasar por las intrincadas calles de Sande, de nuevo con fuertes subidas por laderas de quintas y viñedos ganar altura hasta el próximo objetivo Lamego.

Justo a la entrada me encuentro una especie de "procesión" de religiosos que poco más que cruzando la calle se dirigen a un colegio, cuando ya iba a pasar de largo continuando mi camino me llamó la atención un mural de azulejo en el que entiendo que se reflejan las actividades de alguna orden religiosa, pero en el que destaca especialmente el lema central "Per aspera ada astra". Como he comentado en alguno de los capítulos anteriores el teléfono, aunque a mano,  lo llevaba siempre apagado y por eso apenas hay fotos del camino (únicamente de los lugares de parada), pero en esta ocasión tenía que encenderlo y hacer unas fotos. En honor a Abel Atalanta.


"Per aspera ad astra".
Tras pasar junto al castillo me encamino al centro de Lamego. Es domingo, media tarde y parece que está todo el mundo en la calle, en el paseo central que conduce a las famosas escalinatas que llevan hasta el santuario que preside esta parte de la ciudad. No sé qué se celebraría, pero en ese paseo hay una feria de alimentos y artesanía, unos tíos subidos a un escenario dando brincos con una música espantosa y un montón de gente abajo haciendo lo mismo (supongo que sería eso que ahora se llama "zumba" o algo por el estilo)

Zumba que zumba.
 y otro escenario preparado para algún concierto imagino que de percusión a base de toneles de vino.


Me habría gustado verlo, o al menos una parte a ver de qué se trataba, pero pese a que hago una parada bastante larga y me tomo una cerveza tranquilamente en una terraza, ya que hoy vengo casi en plan turista, tengo que continuar otro poco y se me está haciendo tarde. Así que foto junto a la catedral y a continuar camino.


Deambulo tranquilo mientras va anocheciendo, nuevamente subidas y bajadas, pero ya más tendidas y ya es hora de ir pensando en parar, paso varios pueblines en los que no hay bar, me es necesario tanto para cenar algo, como sobre todo para cargar el GPS. Ya noche cerrada y atravesando un pueblo fantasma milagrosamente encuentro a un paisano que me dice que hay bar en el pueblo siguiente apenas a dos kilómetros. Allá me encamino. Llego a Gouviães, otro pueblín aparentemente tan fantasma como el anterior y sin saber muy bien a dónde encaminarme, al llegar a las primeras casas coincide que sale un hombre al jardín, le pregunto por el bar en mi mejor chapurreao de portugués y me dice que no me entiende, que es francés. Jajaja, menuda situación de chiste, un español y un francés intentando medio entenderse en portugués en medio de la noche en un pueblo perdido del Portugal interior. En fin, ahora toca chapurrear en mi francés de los tiempos del instituto y de eso hace muuuuuchos pero que muchos años, y sorprendentemente me sale "muy fluido", más de lo que cabía esperar, lo suficiente como para entenderme con el hombre que ya me indica dónde es el bar.

El bar lo encuentro porque hay unos parroquianos a la puerta, no porque tenga nada que lo identifique. El señor que lo "atiende" digamos que está allí porque de todo tiene que haber en la vida, pero si no hubiera estado tampoco habría pasado nada. Pido algo para comer y no hay nada, ni un bocadillo, así que otra vez el menú se va a componer de una bolsa de patatas fritas y un par de barritas mías. Para tener la sensación de haber cenado como Dios manda me pido un café con leche, el paisano me lo pone solo. Le pregunto por la leche pensando que no me había oído o entendido bien y tras mirar con cara de extrañeza (en Portugal no se estila mucho el café con leche salvo para desayunar) me dice que no tiene, aunque rebusca un poco y en una cámara encuentra un cartón de leche... congelada. Pues sí, anda que está bueno este tío, no sé para qué puede querer un cartón de leche congelada, y vaya usted a saber desde cuándo está allí.. No me gusta el café solo, pero ando allí un rato mareando la perdiz porque además tengo que esperar a que el GPS cargue. Esto de andar así a salto de mata me obliga a hacer paradas demasiado largas en ocasiones mientras carga el GPS o el teléfono. Cuando está ya casi cargado del todo y observo que el hombre, que está charlando con otro paisano, ya va teniendo ganas de cerrar el tenderete, recojo mis bártulos y a buscar acomodo para dormir. Para estas noches de dormir "donde cayera" había pensado buscar preferentemente las iglesias o esas ermitas que suele haber a las afueras de los pueblos que suelen tener un atrio con tejadillo, sin embargo ninguna noche dormí en tales sitios. Aquí, justo la doblar la esquina del bar está la plaza del pueblo, en la que había una terraza elevada que debe funcionar de escenario (creo recordar que sobre la pared había algo rotulado de la banda de música). Me pareció un buen sitio buscando un rincón un poco más apartado y donde no daba directamente la luz de las farolas. Justo donde voy a tirar el saco hay una puerta de unos servicios, me da por empujar y está abierto. Vaya sorpresa, contra todo pronóstico, unos servicios bastante nuevos, perfectamente limpios y sin malos olores, dos cubículos con una pequeña zona de entrada en la que justo justito entra el saco, mira tú por dónde voy a dormir bajo techo, jajaja.

Han sido 40 km en 10 horas y 25 minutos, de récord del mundo, jajaja, también con bastante desnivel, 1.470 m. positivo. A ritmo casi de paseo, sin correr ni una zancada, ni siquiera intentarlo, pero he podido completarlos. La lesión ni mejor ni peor, lo que me hace ser optimista y replantear cálculos, quedan algo más de 150 km. así que si hoy sin forzar he hecho 40, apretando un poquito puedo hacer 50 al día, aunque sea a base de hacer más horas. Las ampollas tampoco me han dado guerra salvo en alguna pisada en alguna piedra.

miércoles, 5 de noviembre de 2014

Los 500 de Asís. De Santiago a Ciudad Rodrigo. Capítulo 4.

23 de agosto. Día 4. Guimaraes - Mesao Frio.

Primera noche que he dormido al aire libre, en la ciclovía, cerca de Guimaraes, bien, con algo de humedad pero sin frío. Me levanto tempranito, amaneciendo y me "reparo" un poco las primeras ampollas que me habían empezado a salir.

De momento se va muy cómodo, en suave descenso, pero para salir de la ciclovía hay una bajada muy fuerte. Y a partir de ahí como los días anteriores, sucesión continua de sube y baja. La mayor parte del tiempo por zona urbana o semi urbana, más incluso que los días anteriores y además con mucho adoquín. Los problemas que han ido surgiendo el día anterior, naturalmente, se van agravando: los pies sufren con los adoquines, aunque las ampollas parece que de momento van controladas y el tibial y el tobillo poco a poco van aumentando su hinchazón, aunque de momento tampoco es incapacitante. Con esas condiciones del terreno y de lesiones uso por primera vez los bastones, que hasta ahora me parecían un peso muerto en la mochila. Sin embargo en los tramos con tanto adoquín, si bien intento aligerar algo el trabajo al tobillo, se hacen muy incómodos porque los bastones se enganchan continuamente entre los adoquines. De todos modos, los bastones ya no volverán a la mochila en el resto de los días, con la pierna tocada ya eran imprescindibles, además de que, tanto por terreno como por cansancio ya corro menos y ando más.

También uso por primera vez el camel de la mochila, hasta ahora me había sido suficiente con las fuentes y un bidón pequeño, pero las fuentes ya van escaseando y sobre todo en las horas centrales del día hay que llevar reserva de agua, que el calor aprieta.

Con todo, incluida alguna pérdida del camino, de momento no voy del todo mal, estoy llegando a Amarante relativamente entero, voy trotando en la larga bajada pero la última parte ya es muy pronunciada y me hace mucho daño. Por entonces estoy empezando a comprender que la sobrecarga del tibial se debe precisamente a eso, a tanta subida y bajada, y si en las subidas me molesta  algo, en las bajadas, sobre todo en las más fuertes me imposibilita para correr. Estamos apañados si las subidas las hago andando y cuando podría correr en las bajadas ahora resulta que tampoco va a ser posible.

¿Aureola de santidad en Amarante?, jeje.
Amarante, prácticamente mitad de camino entre Santiago y Ciudad Rodrigo. Hoy llevo 35 km y medio en casi 7 horas. Paro a comer, descanso largo, revisión de pies, y entro en una farmacia a comprar una crema antiinflamatoria.


La salida de Amarante es de locos, una carretera peligrosa y luego otra vez sube y baja pronunciados. Definitivamente este país es una locura de cuestas. Y de adoquines, por si no lo había dicho, jajaja. Me están machacando los pies y las ampollas que las tenía más o menos controladas me vuelven a dar algo de guerra. Afortunadamente después se coge una carretera secundaria casi paralela a la principal, eso sí con más curvas y más larga, para hacer una subida continua de unos 12 km. Desde Amarante se va ganando altura, pero al entrar en esta carretera secundaria (aunque según parece realmente es una calle) la subida es ya continua, pero también mas tendida, a ratos muy apetecible para correr, pero no puedo, lo intento en algunas ocasiones con tramos llanos, pero no puedo con el dolor, me siento frustrado e impotente. Al menos para caminar relativamente rápido no me molesta. Se atraviesan varios pueblines. No sé los "millones" de perros que me habrán ladrado durante todos los días, algunos realmente de muy malas pulgas, con una agresividad que si pudieran te comerían. Afortunadamente (debidamente atados o cerrados) no tuve ningún incidente, aunque como también contaba Emilio Comunero en su crónica del Spartathlon a veces casi deseas tenerlo para tener una disculpa lo suficientemente buena para acabar con la paliza que te estás pegando.

Al final de esa calle-carretera vuelves a encontrar la carretera nacional en lo que, aparentemente, es lo más alto del puerto y la nacional poco después comienza a descender, pero para evitar transitar por ella mi camino la cruza y sigue subiendo (para gran dolor de mi corazón, mi cabeza y mis piernas), al principio por asfalto, luego de forma bastante más brusca por pistas hasta alcanzar el que según la página del Camino Torres es el punto más alto de todo el trayecto el Chã das Arcas a unos 930 metros.


Se trata de una explanada sin vegetación en la que hay algunos "molinos de viento" y desde la que se divisan perfectamente todos los valles y sierras circundantes, de donde vengo y a donde voy. Mientras ando por allí arriba empieza a anochecer, me preocupa la noche en las condiciones en que vengo y en ese terreno montañoso y solitario. El inicio de la bajada es cómodo por pistas y muy suave y, con molestias, pero intento trotar algo, luego se vuelve a poner muy pendiente. El dolor cada vez más fuerte, ahora ya incluso andando, porque la sobrecarga del tibial para lo que más me incapacita es para estirar el tobillo y el pie en las bajadas. 

La bajada es larga y se me está haciendo eterna y dolorosa, voy por una carretera en modo automático, sin ninguna ilusión, apenas se me alegra un poco la vista, no tanto el espíritu, al llegar a un punto en el que ya se ve todo el valle del Duero ante el espectáculo que, ya en plena noche, supone ver ambas laderas del pronunciado valle iluminadas por completo, muchos pequeños pueblos, caseríos, y quintas con viñedos que se desparraman por las laderas y multitud de carreteras a distintas alturas del valle que los entrelazan y todo iluminado.

Cuando ya tengo a "tiro de piedra" Mesão Frio me encuentro una terrible bajada para atravesar un pequeño regato y volver a subir hasta el pueblo. Esa bajada me acaba de dar la puntilla. Es sábado por la noche y justo por donde entro al pueblo hay una exhibición de esas de motos petardeando y  haciendo cabriolas. Al igual que la noche antes cuando entré a cenar en el restaurante de Guimarães, vuelvo a sentirme como un extraterrestre recién aterrizado en un mundo extraño, aunque casi nadie me viera, atentos como estaban a las evoluciones del motorista de turno. Paso de largo, con pocas ganas de fiesta, hacia el centro del pueblo y lo primero que encuentro es una pastelería-cafetería. A falta de otra cosa más contundente me como un par de bollos temiendo que esa será toda mi cena vista la poca actividad que se ve por la zona e, iluso de mi, pensando que estaba en un pueblo de "cierta importancia" (de hecho había en esa misma plaza un hotel cerrado) pregunto por un hostal, pensión o lo que sea. No hay nada, lo más cercano a 4 kilómetros. Uf, si me quedaba algo de moral se me viene abajo, porque necesitaba verdaderamente una ducha , una cama y un buen descanso. Salgo a inspeccionar un poco el pueblo y encuentro una pequeña tasca donde puedo comer un bocadillo. En la conversación con el tabernero en primer lugar me aconseja que acuda a los bomberos que suelen dejar dormir en algún local, pero luego se le "ilumina una bombilla" y me dice que un vecino quizás tenga alguna habitación para alquilar. Lo llama y en efecto. Dormiré en una casa vieja que tiene pinta de ser la casa de la abuela donde se alojan los parientes que vienen en verano y, ocasionalmente, algún turista o peregrino despistado como yo, pero tendré mis ansiados ducha, cama y descanso.

Las ampollas que tenía se me han puesto peor y si en condiciones normales eso sería un problema, en esta ocasión es lo que menos me importa. El verdadero problema es el tibial, tengo toda la parte baja delantera de la pierna derecha hinchada, enrojecida y dolorida, hinchazón que se extiende también al tobillo. Me pasan por la cabeza todas las posibilidades: descansar por completo al día siguiente, intentar avanzar algo tranquilo únicamente andando y sin forzar en absoluto e incluso abandonar y volverme a casa. De momento a dormir y mañana será otro día.

Han sido 65´2 km. en 13 horas y 33 minutos de marcha (sin contar la parada larga para comer en Amarante). A falta de correr hay que hacer más horas y según el señor Garmin 1.870 m de desnivel positivo y 1890 negativos (según la página del Camino Torres son más de 2.400 tanto positivo como negativo, me extraña tanta diferencia y más cuando en el resto de etapas me ha marcado a mí desniveles mayores que los que da la página).